
Madre Andrómeda y su Nube de Azophi
Redacción Polo Bautista. Imágenes cortesía de Madre Andrómeda
Inspirado en los confines del espacio sideral, las misteriosas galaxias y la energía que nos une al todo, el proyecto nacido hace un lustro por iniciativa del baterista y artista visual Abraham Espinoza, bajo el nombre Madre Andrómeda, comenzó y sigue siendo hasta hoy en día una extensa familia que reúne y cobija a muchos de los valores más destacados de la escena subterránea poblana reciente. Entre sus filas se cuentan músicos provenientes de estilos tan diversos como el afrobeat, la house music, el acid jazz, el hip hop, el reggae-dub, etcétera, quienes le han insuflado paulatinamente a la esencia sonora del grupo rasgos eclécticos, mutables, dinámicos y orgánicos.

“La mayoría de los músicos somos poblanos, en este colectivo que ha visto pasar y retornar infinidad de instrumentistas. Sin embargo, desde el principio me llevé a muchos compañeros rumbo a las costas oaxaqueñas, donde tengo amigos y observé que había turismo, jazz, electrónica y demás. Pasábamos buenas temporadas y luego volvíamos a Puebla, aunque hubo una vez que me quedé casi dos años y por eso solíamos presentar la propuesta como originaria de Oaxaca, porque allá encontramos refugio y aceptación. Prácticamente Madre Andrómeda se hizo allá, aunque realmente pertenecemos a la Angelópolis”, cuenta Espinoza.
Efectivamente, el listado de participantes dentro de Madre Andrómeda es extenso y seguramente seguirá aumentando con el transcurrir del tiempo; no obstante, para el disco debut del grupo, La nube de Azophi (nombre que remite a la descripción de la galaxia de Andrómeda que hiciera el astrónomo persa Abd Al-Rahman Al Sufi o también llamado Azophi), solo un puñado de instrumentistas junto con algunos colaboradores pueden jactarse de su creación. Entre ellos están Javan Avilés (teclado y sintetizador), Rodrigo Alí (teclado y bajo), Ángel Hernández (teclado), Julio Arcos (sintetizador y bajo), el ya mencionado Espinoza y los norteamericanos Johnny Sue (guitarra, sax y voz) y Anne Moon (voz), más la intervención puntual del grupo afroamericano The Narcotix, el percusionista angelino Chango Lindo y el misterioso Serval Eyes en el tema “Keep moving with it”.

Este LP que orbita los linderos libres del jazz y otros tantos géneros afrocaribeños, electrónicos y psicodélicos consta de cinco cortes mayormente instrumentales, enérgicos y extensos en cuanto a duración, los cuales se grabaron en las instalaciones del Bar Neon, de Zipolite, y posteriormente se mezclaron y masterizaron con ayuda del DJ, MC, productor y músico Mr. Jungle.
“Hicimos un home studio entre todos y grabamos. Fue un trabajo de meses, pues esas tomas las elaboramos con tiempo y muchos ensayos”, dice el baterista quien agrega: “Las canciones que ahora están en el disco son las que para nosotros ya quedaron asentadas, pero antes improvisamos mucho y fuimos bastante libres. Cada composición se registró varias veces, pero a nuestra consideración la primera toma fue la mejor debido a la espontaneidad y el lenguaje musical que alcanzamos”.
“Amanecer púrpura”, lleva por título el track inaugural de la placa, el cual principia de forma acompasada y relajada, con un acompañamiento base conformado por la batería, el bajo y el teclado, a los que se le suman posteriormente las vocalizaciones de Moon, el sintetizador y el sax. Esta parte introductoria contiene elementos jazzísticos, que al mismo tiempo se entreveran con matices de reggae y demás géneros jamaiquinos. Las aterciopeladas entonaciones conducen hasta la siguiente sección del corte, en donde la base rítmica se acelera y fortalece, pero sin perder el desenfado, la frescura y el brillo. Rumbo al cierre los instrumentistas hacen gala de sus habilidades y establecen un diálogo fluido, circular y apasionado, que oscila principalmente entre el sintetizador y el sax, y transforman a la pieza en un llamado directo al baile.
En “Keep moving with it”, única composición con letra de la placa, el bajo se manifiesta con claridad y presteza, aunque es secundado muy de cerca por los teclados y la batería. Enseguida se manifiestan los punteos de la guitarra, hasta que el mismo Johnny inicia una parsimoniosa y seductora lírica que remata repitiendo el título de la canción. El ritmo se acelera y la pieza crece en vigor e intensidad, pero cuando pareciera volverse una estampida melódica, vira y recompone la cadencia con las notas rítmicas provenientes del sintetizador y abre paso a los versos femeninos de The Narcotix. Después el sax irrumpe y reanuda los bríos sonoros de sus compañeros por un breve lapso, hasta que las afro cantantes vuelven y cierran tranquilamente mediante sus suaves entonaciones.
Con casi diez minutos de duración, le prosigue “Lunar”, en la que nuevamente Moon hace acto de presencia mediante un breve monólogo en francés, el cual es acompañado sutilmente por las maniobras del teclado y la batería. Las palabras cesan y una robusta, pero sugestiva línea de bajo se yergue y sostiene momentáneamente al resto de sus compañeros, quienes juguetean y deambulan grácilmente, para luego retomar el protagonismo y acoplarse a las vociferaciones hipnóticas de la cantante. El subsecuente segmento es un encuentro tendido entre sonidos que se acompañan y retroalimentan, hasta que Sue acomete y dirige velozmente con su sax el torrente musical que por momentos fluctúa de intensidad hasta que desaparece lánguidamente.
A diferencia del resto de tracks, “La nube de Azophi” se caracteriza por su corta duración (tres minutos con cuarenta segundos) y las dinámicas intervenciones introductorias coordinadas al unísono por parte de los instrumentistas. Nuevamente la energía circula entre las notas. Los tintes jazzísticos regresan en parte gracias a las ejecuciones inquietas del sax y el bajo, pero a mitad de la composición la batería se vuelve fluida y ágil, lo que provoca nuevamente un frenesí armónico que concluye muy similar al inicio del tema.
Por último, en “Barrio mosquito” los integrantes del grupo arrancan a un tiempo su vehemente preludio, el cual se disipa prontamente. La batería se ralentiza y recupera un tono más cadencioso, a la vez que el resto de los músicos dan principio a sus habituales maniobras conjuntas que apuntalan ese entorno sedante, imaginativo y ligero. Posteriormente se suscitan periodos de arrebato y otros de calma, donde la guitarra, la flauta o el sintetizador cobran cierta preponderancia, hasta que acontece un largo y tenso silencio, para luego reemprender al unísono el preludio. En la recta final del corte los instrumentistas recrean varias veces dicha introducción, a la que jocosamente le intercalan bases rítmicas más cercanas o similares a los bailes populares.
“Al principio teníamos una dinámica muy diferente que fue cambiando poco a poco. Ahora la banda es muy colaborativa y pueden pasar muchas cosas entre todos. Últimamente hemos tenido demasiada conexión. Llevamos tres meses con esta alineación y andamos sonando bien, todas son canciones nuevas, las cuales vamos a grabar en los siguientes meses. Pronto lanzaremos un nuevo disco. Tuvo que pasar este largo proceso para que surgiera la actual familia y su forma especial de producir música”, concluye Espinoza.