Redacción Polo Bautista. Fotos cortesía de Mario Méndez
La inquietud por hacer rocanrol nació del amor que le tengo a mi esposa, pero que por aquellos años era tan solo una jovencita. Yo quería conquistarla, llamar su atención. Así me empezó a interesar la música. Entonces decidí entrar a un grupo llamado Los Black Birds.
Sentado en la acogedora sala del octogenario Mario Méndez (ex baterista de Los Demonios del Rock, Los Flyders del Rock, Los Proms, Face IV y Los Sabios), observo con atención la fotografía que sobresale de entre un pequeño montón de documentos. En el avejentado y amarillento registro de principios de los años sesenta, identifico a los personajes que la componen: con un cigarrillo en la mano izquierda se halla Arturo Álvarez (guitarrista de Los Gypsies) y al extremo derecho de la mesa mi anfitrión, todavía en su mocedad. “Andaba bien enamorado de mi señora, pero no me hacía caso. Aquí platicaba con Arturo sobre ella, mientras echábamos unas chelas en un bar de la 12 poniente y 5 de mayo”, cuenta Méndez.

Sin embargo, los germinales acercamientos del percusionista angelino con el rocanrol también sucedieron por otras vías además del amor, cuando este conoció en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec a otros jóvenes músicos como Juan Guerra (guitarra, bajo y voz), Othón García (piano), Eugenio Pérez-Mayesffer (guitarra), Jesús Díaz (batería) y Francisco de Alba (bajo). Todos miembros fundadores de Los Demonios del Rock (1960). De igual forma, fraternizó con el cantante Alberto Rentería, quien formó parte de Los Bad Boys y Los Flyders del Rock. Aunque, sus auténticos pasos musicales ocurrieron como bajista de Los Black Birds, al lado de los guitarristas José Luis González y Jesús Solís, al interior de un amasijo cemitero del mercado la Acocota, donde ensayaban con cubetas, un platillo y escobas que empleaban a manera de guitarras.

En 1963, sus ex compañeros de colegio García, Díaz y de Alba, abandonaron al conjunto endemoniado y sus puestos fueron ocupados por Méndez y el guitarrista Rodolfo Apango, pero no sin antes probarse ante el director del conjunto: “A la casa de Juan Guerra, fuimos Alberto Reyes (baterista de Los Gypsies), Javier Ávila (baterista de Los Spiders) y yo. Realizamos la audición, Guerra salió luego de un rato y dijo que yo me quedaría con el puesto. Ensayé con ellos como seis meses y al cabo de ese tiempo grabamos el LP Tijuana(1964), en los estudios de Discos Orfeón, del entonces Distrito Federal (D. F.). Me aprendí la canción ‘A volar’, por si pedían regrabarla, aunque cuando llegamos nos dijeron que no hacía falta y la pasaron tal como salió en el primer sencillo (1962) de Los Demonios del Rock, pero todas las demás sí las grabé”.
Pese al gran triunfo del bando, la extensa promoción del disco (Chiapas, Veracruz, Tabasco, etcétera) y su breve estancia en el reconocido Café Mileti, ubicado en la Zona Rosa del D. F., para 1966 el proyecto endemoniado se había malogrado y Mario no tuvo más opción que ocuparse en una imprenta, aunque solo por breve tiempo.
Cierto día se apersonó en su puesto laboral otro de sus antiguos conocidos, esta vez para ofrecerle un jugoso trato: “Llegó Rentería, comentó que el baterista de Los Flyders del Rock (Ramón Gómez) se había marchado y quería que yo me uniera a ellos. Preguntó que cuanto ganaba, le contesté que cincuenta pesos a la semana. Entonces dijo que me daría cincuenta pesos diarios, más comidas y hospedaje. Por lo que me fui con Los Flyders del Rock a Veracruz, donde tenían un contrato por seis meses en el prestigioso Hotel Prendes”. Los rocanroleros restantes que partieron junto al baterista y el vocalista fueron Julio Gómez (requinto), Enrique Rosas (bajo) y el antedicho González (acompañamiento).
Al término del contrato dentro del hotel veracruzano y por intermediación de un promotor apellidado Alfeirán, Los Flyders del Rock continuaron su labor rocanrolera dentro del circuito de caravanas cerveceras, donde encaminaron sus pasos por otras regiones del sureste nacional como Coatzacoalcos, Minatitlán, Acayucan, Jáltipan, Villahermosa, Cárdenas, Campeche, Catazajá y demás.

En 1967 o 1968, Los Flyders del Rock se desbandaron debido a conflictos entre sus titulares (Rentería y González) por el equipo y los instrumentos, de manera que el baterista y sus compañeros reformaron la agrupación bajo un nuevo apelativo. Así surgió el bando de Los Proms, conformado por Óscar Torija (ex guitarrista de El 2 + 2), Sergio Espinosa (voz y saxofón) y los varias veces mencionados Méndez, Rosas y Julio Gómez. Aunque, por un fugaz lapso también se les unió el cantante y bailarín meridano Vidal Aranda, quien se hizo popular gracias a sus exóticos bailes tahitianos y de El Venado.

Lamentablemente, Los Proms tampoco perduraron y a su extinción, ya al cierre de la década sesentera, le continuó otra propuesta bautizada como Face IV. En ella se encontraban Los Proms originales, a excepción de Torija, pero con la anexión de un tecladista de nombre Salomón. Al respecto, Mario dice: “Cuando volvimos a Puebla, ya nos llamábamos Face IV. Nos instalamos por varios años en el céntrico Café Rococó. Sonará ególatra, pero la verdad éramos muy buenos. No teníamos información de nada, como hoy con los videos de YouTube. Solo contábamos con nuestro oído y sentimiento. Eso era lo que tocábamos. Julio Gómez sacaba las canciones de Carlos Santana sin problemas. Igualmente, Sergio Espinosa cantaba en inglés canciones de The Doors, Creedence Clearwater Revival, Iron Butterfly, etc.”.

En 1972, Méndez se sumó al último proyecto musical de su vida: Los Sabios. Dicha agrupación, con múltiples años de trayectoria dentro de las caravanas itinerantes, estuvo constituida por José Luis Herrera Cortés (teclado), Jesús Mireles (requinto), Asunción Cóyotl (trompeta), Rubén Uribe (bajo) y los hermanos Ismael (trompeta) y Andrés (saxofón) Calvario.
Juntos recorrieron por dos años el extenso territorio nacional, hasta que el baterista tuvo que abandonar su puesto debido a motivos familiares: “Me fui con ellos, pero ya estaba casado. Después vine a Puebla y mi mujer me dijo: ‘¿tu conjunto o nosotras?’. Porque ya teníamos una hija y cuando la cargaba lloraba de que no me reconocía por estar de pata de perro. Empecé a buscar trabajo y por fortuna, Jorge Duarte (hermano del guitarrista de Los Santos, Enrique Duarte) me comentó que estaban solicitando bomberos en la armadora Volkswagen. El dos de febrero de 1974, me hablaron para que me presentara a hacer mi prueba en la empresa. Los Sabios estábamos en Tamazula, Jalisco, y le dije al director del grupo que me tenía que ir. En el examen hicieron que cargara una manguera y me metieron una friega. Nunca había cargado antes. Terminé golpeado y dañado. Finalmente, me presenté a trabajar el seis de febrero y permanecí en ese cargo por dieciocho años”, concluye el percusionista.

Mario (o “Méme” como prefiere que lo llamen sus amigos), se alejó del ambiente musical por completo y pese al gran sacrificio que eso conllevó, no se arrepiente. Su legado como pionero rocanrolero y tremendo baterista perdura a la par del ejemplo que ostenta como abuelo y padre de una extensa familia. Aunque relativamente fugaz -de poco más de una década-, su carrera musical fue sin duda trepidante, variada y emocionante, por lo que resulta un testimonio valioso dentro de los anales del rocanrol angelino.