Spotify replica lógicas piramidales “por el bien del artista”. Una entrevista con Julián Woodside
Por Iván Gutiérrez
Julian Woodside es un “ociólogo” de profesión, dedicado al análisis de la cotidianidad desde una perspectiva crítica, con el objetivo de entender cómo el entretenimiento y las industrias creativas configuran nuestras identidades y memorias.
Comunicólogo de formación por parte de la UAM Xochimilco (especializado en Semiótica) con una Maestría en Historiografía (memoria, cultura e identidad) y un Doctorado en Literatura Comparada, las líneas de investigación de Woodside son las relaciones entre medios, cultura, identidades y memorias colectivas. Actualmente se desempeña como profesor de tiempo completo en el Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO, si bien ha impartida varias conferencias en México, Latinoamérica y Europa, y publicado artículos académicos y de divulgación sobre análisis de medios y expresiones artísticas, industrias creativas, y hábitos y tendencias digitales y mediáticas contemporáneas.
En nuestra última visita al Festival Internacional de Música de Guadalajara (FIM) tuvimos la oportunidad de conversar con él sobre algunas de las reflexiones que desarrolla en su libro ¿Distopía o utopía?, en torno a la industria musical en tiempos de globalización y el streaming.
Iván: Platícanos de tu libro “Distopía o Utopía”
Woodside: Voy a empezar desde el final para explicarlo. A medida que iba investigando siempre venía este cuestionamiento, ¿estamos viviendo una utopía o una distopía? Ya que acabo el libro concluyo que depende para quién, habrá gente que piense que el streaming es la panacea y que están geniales las posibilidades actuales, aunque ya hemos vivido este sentimiento hace 10 años con el desarrollo de otras tecnologías, y hemos sido testigos de como eso siempre impacta negativamente en otros contextos.
La idea del libro viene de Mariana Delgado, entonces directora del Centro de Cultura Digital, ella conocía un trabajo que había hecho con la colega Claudia Giménez, que fue para un libro editado por Néstor García Canclini en el 2011-2012, que se llamaba Jóvenes, culturas urbanas y redes digitales. En ese libro se analizaba la industria editorial, musical y artística, y nos preguntábamos qué pasaba con la digitalización de las industrias creativas. Desarrollamos ideas y a diferencia de lo que todo mundo pensaba sobre ser una revolución digital, concluimos que, si bien estaban cambiando las herramientas, quienes definían toda la estructura seguían siendo las disqueras, los mismos poderes, gente que tiene de 35 años para arriba.
De ahí se detonaron discusiones interesantes. Mariana Delgado estaba trabajando los cruces entre industrias creativas y antropología, en particular el tema de los sonideros. Empieza la pandemia y me dice, oye por qué no te avientas una investigación que actualice lo que hicieron con esta publicación en 2011, pero entendiendo las implicaciones de la post-pandemia y la digitalización. De ahí arrancamos.
Antes había realizado un artículo sobre la Espectacularización del Entretenimiento, que trataba las implicaciones de cómo el encierro por la pandemia devino en que psicólogos, artistas, doctores y en sí todos los perfiles tuviéramos que mediatizar digitalmente nuestras profesiones. Ya no sólo los músicos se promovían en redes, sino también todo tipo de profesionistas. De ahí vino esta idea de entender la digitalización, ya no solo de las industrias creativas, sino de la cultura en general.
I: En el panorama actual del streaming, incluyendo los cambios en la política de pagos de Spotify (donde canciones con menos de 1000 reproducciones ya no monetizan nada), ¿crees que la balanza está más inclinada a beneficiar a las plataformas que a los propios artistas?
W: Totalmente. Lo mañoso es que estas plataformas utilizan el argumento de “es por el bien de los artistas”. Las herramientas, ya lo dijo McLuhan, son extensiones del hombre, y el hombre puede ser un bastardo o hacer maravillas. Pasó hace 10 años con las redes sociales, que empezó esto del Do It Yourself (hazlo tú mismo), y lo que estamos viendo es que nos está yendo muy mal, hay mucho tema de sobreexplotación del artista, porque tienes que generar contenido, atraer a la gente, y subir tu música a plataformas como Spotify que, más que darles libertad, los hacen dependientes de estas plataformas.
A partir de eso hay quienes dicen, bueno es que si sabes utilizarlas les puedes sacar buen provecho, y sí, pero la estructura sigue siendo la misma, no estamos viendo que gracias a estas plataformas llegue a la fama el hijo la tía de la doña de la esquina, seguimos viendo crecer a los que viven en la Condesa, la Roma, etc. En pocas palabras, lo que identificamos es que los agentes cambiaron, pero la estructura y la lógica se quedó igual.
Lo que vimos hace 10 años con el nacimiento de las plataformas fue a la industria diciendo “el mp3 es una basura, el streaming va a hacer más accesible la música”, pero qué ocasionó eso, que la gente ya no posea la música, ya no tienen los medios de reproducción. Todos nos fuimos con la finta de “que bonito poder escuchar la música que quieras donde quieras”, que está muy bien, pero qué implica eso como usuarios y como artistas. Como artista ahora no compites sólo con tu época, sino con toda la música de la historia, además con tendencias súper volátiles porque un algoritmo puede detonar un hashtag y de repente una canción de Nelly Furtado va a explotar y luego una de Peso Pluma, etc., pero eso no beneficia a las industrias, sino a las mismas plataformas, a las disqueras, a YouTube, a TikTok.
Ahora, con esto de las 1000 reproducciones de Spotify, estamos volviendo a este modelo, en el que tienes que tener cierta popularidad, cierto estatus para que monetizes, y eso va anclado a que para eso debes tener ciertos estándares estéticos dictados por Occidente. Aunque pensamos que las plataformas han reconfigurado el juego, están perpetuando las mismas lógicas.
I: En tu libro hablas de la dinámica piramidal que existe en el consumo de la música, donde las plataformas captan comunidades creativas (dígase los músicos), que a su vez deben captar seguidores para subsistir, generando una dependencia piramidal… ¿crees que haya alguna manera de contrarrestar esta dinámica desigual?
W: Lo que está pasando ahorita es que Universal y todas las disqueras occidentales están comprando un montón de catálogos independientes de Asia, Latinoamérica, etc., que son los catálogos que marcaron la memoria de la cultura popular en los 70s, 80s, 90s. Lo menciono porque… la solución no es digitalizarnos por digitalizarnos, es entender cómo podemos utilizar estas herramientas a nuestro favor. Ahora nos enseñan a utilizar las herramientas, no a pensar, es como usar el idioma para ser analfabetas funcionales, no para expresar ideas. En este sentido, creo que lo central es fomentar el pensamiento a partir de estas herramientas, no solo adoptar su uso a-crítico, y esto implica no seguir las tendencias de la nueva tecnología, sino fomentar que desarrollemos tecnologías que satisfagan las necesidades que ya hay. Necesitamos más pensamiento crítico alrededor de las plataformas.
I: En este libro también hablas sobre cómo las plataformas suelen capitalizar las dinámicas de producción de contenido que desarrollan los creadores, porque entre más tiempo pasan los usuarios en las plataformas, más ingresos generan por publicidad, ¿tù qué alternativas vez a este contexto, o crees que como creadores de contenido deberíamos demandar un mayor retorno a estas plataformas?
W: Muchas veces las empresas se justifican con bienestar social, pero es una tapadera. No se trata de si Spotify, Amazon o Apple está invirtiendo para promover la equidad y la inclusión, okay, pero qué tanto también eso implica el que inyecten dinero para formar estudiantes en las comunidades bajo un modelo de negocios que es occidental, o el decirte “no tienes que sonar de esta manera”, hay que contemplar como son dinámicas neocoloniales. En este caso no estamos hablando de arte y entretenimiento, sino de identidades y cultura, desde punketos hasta wirarikas y mayas, sonideros, rock urbano, etc., son identidades y comunidades situadas que se viven, entonces creo que es fundamental responsabilizar, no sólo de las implicaciones, sino de la información que generan y capitalizan las plataformas, porque esa información tiene que ser benéfica para la sociedad, ¿cómo? Transparentando, es decir, tenemos que desarrollar políticas públicas para tener acceso a esa información, porque las plataformas están utilizando a una población, no son usuarios, no son espectadores, es una sociedad que consume cultura.
El problema es que se ha privatizado la gestión cultural, y a la par la legislación global está fuera de la realidad, todo lo que dicen las leyes no tiene nada que ver con lo que estamos viviendo en el día a día. El único país que se ve beneficiado de esto, a grandes rasgos, es Estados Unidos, porque su política cultural está basada en la industria del entretenimiento, pero las lógicas de los demás países no, y estamos manejando la gestión cultural bajo esas lógicas, por eso es neocolonialismo. Si tú me dices que tengo que tener bajo el mismo criterio a Mickey Mouse que a los Sonideros, no estamos entendiendo que son lógicas completamente diferentes. Uno es un producto, el otro es una dinámica cultural.
I: En este panorama de constante necesidad de producir contenidos promocionales, ¿crees que se puede llegar a desarrollar una carrera musical sin jugar este juego de las plataformas? ¿Hay alternativas?
W: Creo que tenemos que observar que lo masivo va más allá de las plataformas. Hay grupos de rock urbano que no tienen presencia en redes y son masivos sin problema. Discos Intolerancia, que en algún momento tenía la mitad del cartel del Vive Latino, no tenían redes sociales. Es importante cuestionarnos, ¿creemos que llegamos a lo masivo solo porque utilizamos redes sociales? Si es así estamos ignorando 100 años de la historia del entretenimiento. Rigo Tovar, la manera en que movió masas sin redes sociales es un claro ejemplo. Nos apantallamos con lo viral, pero esto no ha existido siempre. Hay que preguntarnos qué es “armarla” y descentralizar el fenómeno.
En Latinoamérica pensábamos que si no salías en Televisa no existías, y luego vemos que los conjuntos de regional crean su propia industria y la arman y van de gira y son los que compran los equipos que utilizaba U2 para hacer sus giras, hay toda una lógica industrial que el mainstream nunca documentó, porque esperaban que esto pasara con Thalia y Paulina Rubio, y en realidad está pasando con Intocable y Banda El Recodo. Ahora vemos que explota el regional y les queremos aplicar la misma lógica, no hemos aprendido en 30 años que es otra lógica. Y ellos, estén o no en los tops de Billboard o Spotify, son masivos, porque ya eran masivos en latinoamérica. ¿Qué tiene que enseñarle Hollywood a Bollywood? Nada.