La amargura de Lázaro Cristóbal

Redacción por Iván Gutiérrez

Hay mil maneras de sacar una pena, pero quizá la mejor sigue siendo servirse una copa en una cantina y poner aquellas canciones tan amargas como una cerveza para naufragar por el sonido y el olvido, dejando salir el dolor con los minutos que se desvanecen al ritmo de la música y retomando el pasado con la misma sensación de vacío y nostalgia que deja un buen cigarro en los labios.

Lázaro Cristobal Comala, alter ego de Daniel Azdar, músico, poeta, duranguense, compadre, sujeto cualquiera a la par que personaje con aires de Johnny Cash, Leonard Cohen, Bob Dylan o Nacho Vegas. Creador de los álbumes Lázaro Cristóbal (2014), América grande (2016), Canciones del ancla (2018) y Samuel (2019). Hablamos de un compositor prolífico que tiene bajo el brazo un repertorio enorme, ubicándose como uno de los mejores músicos de folk del país (si no es que el mejor) en la actualidad. En su obra podemos encontrar una decena de formas distintas para hacer música con una guitarra, una buena letra y uno que otro instrumento (o distorsión) ocasional.

Ávido creador de relatos que en más de una ocasión retoman referencias culturales, sociales y literarias, Cristobal tiene una habilidad especial para cantar versos que te llevan a recorrer temas como los paisajes y pueblos mexicanos, las intensas (des)aventuras del amor, los sufrimientos inseparables del estar vivo, la inevitable soledad, el viaje de consumirse en el tiempo y ahogarse en los vicios. En otras palabras, Lázaro es un músico que no teme abrir el corazón a machetazos para incendiar y elevar las emociones hasta el borde de lo real.

Para comprender más a fondo a Comala, decidí retomar su composición “La amargura”, un corte de su álbum Samuel que parece hecha para sumergir al escucha en la esencia depresiva, insignificante y suicida que poseen los domingos. Con ocho minutos de duración, en esta pieza el músico narra los últimos pasos de un personaje que ha decidido quitarse la vida, luego de que las desdichas y penurias se hayan acumulado y el protagonista haya “cumplido a cabal su contrato”.

La música de “La amargura” es lenta y sencilla, apenas el rasgueo suave de una guitarra electroacústica con el acompañamiento de un banjo y el bending ocasional de otra guitarra. Estos instrumentos, en conjunto con el tono abandonado de la voz de su autor, crean una atmósfera que recuerda al viejo oeste o a la desolación del campo del México post revolucionario. Uno puede imaginar al hombre solitario en medio de la tierra seca, tan ligero como el polvo suelto y a la vez tan lleno de nada, que permanecer vivo resulta ridículo.

“Este barco que lento y borracho / Que va legua abajo / De tanto cargar / Vendió al mar la noticia / De que a esta vida vino a naufragar”.

Entre las referencias musicales de Lázaro Cristóbal  seguro están grandes iconos de la canción mexicana como José José o Chavela Vargas, ya que en “La amargura” (y en muchas otras de sus canciones) retoma elementos de esas baladas que bien podríamos clasificar como “odas a la angustia”, compuestas por una voz triste, profunda y desgraciada que va marcando el flujo de la canción; una letra aullante que representa un digno “lamento a la mexicana”; referencias a la soledad, la muerte y la desesperanza, donde el alcohol es el refugio y el impulso previo al escape final de las penurias.

En la letra de “La amargura” también encontramos el pasaje “Escogí el árbol, colgué la soga y oí a los perros ladrar a deshoras”, cuya carga simbólica dirige el pensamiento a dos referencias literarias del siglo XX. Por un lado, tenemos al cuento clásico de Juan Rulfo “¿No oyes ladrar los perros?” –influencia que viene desde el Comala en el nombre del compositor–, una historia trágica tejida con desesperación, rencor y desesperanza, cuyo imaginario parece compartir el mismo tipo de escenario que la canción de Cristóbal. Por otro lado, el verso recuerda al relato existencial de “Esperando a Godot”, obra de Samuel Beckett perteneciente al teatro del absurdo, en el que la idea de suicidarse colgado de un árbol surge como un posible escape al bucle en el que los protagonistas se encuentran atrapados, mientras le dan sentido a su vida en espera de que llegue alguien que nunca lo hará.

“No me voy, me cambio de sombra / Di un paso al pasado y el otro a este canto / para llegar aquí”. Los conceptos en “La amargura” y otras composiciones del duranguense son varios y van del olvido (quizás influencia de Borges) al naufragio, la soledad, la orfandad, el alcohol, la muerte, el cambio, la desdicha y el suicidio (según una entrevista hecha al autor en 2018, ese año el joven compositor intentó suicidarse cuatro veces). Y si bien muchas de sus canciones tienen una vibra de nostalgia y resignación (ideales para los amantes de “la música triste”), no todo tiene que estar cargado de melancolía, soledad y vacío, pues Lázaro Cristóbal también tiene relatos románticos, historias del andar a trote por la tierra y odas al afrontar con poesía esta vida que tanto nos quita y tanto nos da.

Si usted quiere conocer más de este gran compositor, en camino de convertirse en un referente indispensable del nuevo canto mexicano, aquí comparto algunas de mis canciones favoritas, para que sigan llenando sus vacíos con versos que les quiten la sed y le hagan compañía a sus domingos: “The Ballad of Bono Corona”, “Detén tus caballos”, “Mira si no es un buen día para naufragar”, “Somos olmos, no damos peras”, “Adiós, que abras más ventanas”, “No es cierto que ya nadie va a Durango”, “Santa Marta Huracán”.

Publicado originalmente en Nexos Música

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