Por Iván Gutiérrez
El teatro, esa manifestación del drama humano en el que podemos vernos reflejados e identificarnos con los sucesos, emociones y personalidades que hay en toda puesta en escena. Lo común es apreciar obras de este tipo en los teatros, foros culturales y universidades, espacios donde intervienen escenografías prediseñadas para dotar de verosimilitud a lo que se desarrolla en el drama. Pero, ¿qué pasa cuando la puesta en escena se desarrolla al interior de nuestra casa, en ese espacio íntimo que habitamos cada día, donde nos bañamos, dormimos y nos recreamos? El resultado es una transformación de lo cotidiano en extraordinario, o más bien dicho, la identificación de la vitalidad y el drama que hay en cada momento que habitamos, por más cotidiano o rutinario que llegue a parecer.
Es el 9 de octubre del 2022. Domingo. En este momento los actores ensayan el tránsito por la puerta de entrada de la casa. “Ahí, después… aquí yo te rechazo, y después así”, dicen mientras giran sus cuerpos y van midiendo las dimensiones que tienen para darle vida a sus personajes. Estamos en el preámbulo de la puesta en escena de “Amores Confinados”, una obra de teatro a cargo de Fernando Rojero y Virginia Hernández (más información sobre el origen de la obra en esta entrevista que tuvimos con ellos hace unos meses).
Para la ocasión el departamento que solemos habitar Laura y yo ha tenido ligeras transformaciones. Movimos una cama, reacomodamos sillas y mesa y los gatos están guardados en una habitación. Actores, director y técnicos hacen los últimos ajustes de sonido y disposición de espacio. Parte del reto de esta obra itinerante es precisamente eso: al ir cambiando los hogares donde se presenta, hay que readaptar las escenas, interpretaciones y detalles técnicos para embonarlas con las especificidades de cada lugar. De tal manera que ahora presenciamos lo que por lo general ocurre “tras bambalinas” previo a una presentación, uno de los cambios en la forma de experimentar el teatro ahora que éste se presenta en vivo dentro de nuestra casa.
Los protagonistas son tres: Él, Ella y El Inquilino. El drama que están por interpretar tiene como personajes centrales a una pareja que, tras la presión y ansiedad de vivir encerrados durante el confinamiento en los primeros meses del COVID-19, empiezan a experimentar una profunda distancia emocional, aun teniendo una vida juntos donde comparten casi toda la rutina.
Empieza la obra y lo primero que podemos observar es que los personajes no logran abrazarse. Hay un vínculo de amor claro entre los dos, pues se nota la intención de querer fundirse en el otro, pero se siente una fractura, como si las piezas no pudieran terminar de embonar. Por su parte, El Inquilino funge como narrador externo-interno del drama, quien va describiendo lo que ocurre fuera y dentro de los personajes. Con prosa poética describe la aventura de vivir como pareja, en ese ciclo repetitivo donde se persiste junto al otro, más por rutina que por verdadera satisfacción de las necesidades amorosas.
Conforme se presentan los diferentes números de la obra (escena de la Cocina, del Dormitorio, de la Sala, del Patio), la obra va presentando un mosaico interesante de emociones, pues hay escenas de humor inverosímil (con una banda sonora que le pone el toque perfecto a la irreverencia que presencias en tu cocina), hasta interacciones pasionales que terminan por convertirse en tedios cotidianos.
“¿A dónde te fugas para reírte sin consecuencias?”, dice en cierto momento El Inquilino, quien se apodera del lenguaje verbal durante la obra, dejando solo un par de diálogos a la pareja protagonista. A momentos uno puede percibir como la relación de ambos se percibe como una prisión de la que se desea escapar, pero de la que a la vez se es dependiente.
Momentos catárticos en la obra hay de sobra, y más cuando los actores rompen la cuarta pared e invitan al público a ser partícipes de ciertas acciones dentro de la puesta en escena. De todo esto se desprenden múltiples reflexiones. Quizás la más interesante es valorar las formas de relacionarnos con el otro en los mismos espacios que habitamos en nuestra cotidianidad. Es decir, al convertirnos en público espectador de una ficción que se desarrolla en nuestra propia cotidianidad, la función de espejo/identificación que posee el teatro llega a su máximo nivel: nosotros somos esa persona lavando los platos, esperando un abrazo que no llega, somos esa persona recostada en la cama (nuestra propia cama) que ya no siente el cariño de quien alguna vez nos amara con pasión.
Amores Confinados es una obra que vale la pena experimentar en directo, pues no sólo es una forma innovadora de disfrutar el teatro, sino que todos los procesos de involucramiento en la obra (el fungir como anfitrión, el ver la transformación de tu propio hogar en escenario y el ver la representación del drama en tus espacios íntimos) dan directo con lo que Rojero llama el “Teatro Vivo”, una vía para crear un puente emocional íntimo entre actor y espectador. Claro que, a mi parecer es, sobre todo, una herramienta para reflexionar en primera fila si nos sentimos solos, estando acompañados.